sábado, 17 de noviembre de 2012

Robinson Crusoe, el personaje


Crusoe es el personaje que originó que medio mundo sepa quién fue Daniel Defoe, su creador. Defoe le dedicó tres novelas, las dos últimas como consecuencia directa del éxito de la primera, pero sólo ésta ha logrado mantener por tres siglos la atención sobre sí, mientras que de las otras pocos saben de su existencia.
El argumento de la primera es conocido hasta por quienes no la han leído ni piensan leerla nunca. Trata sobre un hombre que tras un naufragio se ve destinado a pasar veintiocho largos años en una isla desierta, aunque los últimos ya no los pasa solo, primero llega su fiel Viernes y tras él van llegado otros personajes con buenas y no tan buenas intenciones.
La novela está narrada en primera persona por Crusoe. En la primera edición en ingles, de 1719, no figuró el nombre de Defoe porque pretendía hacer creer que se trataba de las memorias del propio narrador, artimaña del marketing que le sirvió más que  bien.
Crusoe nació en York en 1632, como ciudadano inglés aunque de ascendencia alemana. Su familia era más o menos rica, pero él soñaba con una vida de aventuras, pese a que su padre le rogaba que sacara eso de su cabeza. Desobedeciendo los consejos paternos se hizo a la mar con un amigo suyo en un viaje que casi le cuesta la vida. No aprendió la lección y sus siguientes viajes lo llevaron a ser prisionero de piratas musulmanes y luego esclavo por una temporada, hasta que pudo escapar.
Tiempo después se estableció en Brasil, aprendió portugués, se nacionalizó, compró tierras e inició una plantación con excelentes resultados. Se estaba haciendo un hombre muy rico cuando lo convencieron de emprender una nueva aventura en África. No llegó a su destino porque una tormenta hundió el barco en la costa de una isla caribeña. Todos sus compañeros murieron, menos él.
Sus primeros momentos en la isla fueron de completa desesperación. Pero después de darse cuenta de que sus compañeros habían tenido peor suerte, agradeció a la Providencia por haberlo salvado y trató de ver lo bueno de aquella desgracia. De los restos de su barco logró sacar muchos objetos valiosos: ropa, armas, pólvora, tabaco, brandy, ejemplares de la Biblia y otras cosas que le ayudaron a llevar una vida civilizada.
Sabiendo que su rescate era algo muy improbable, Crusoe decidió trabajar sin descanso para disfrutar su vida en la isla. Hizo casi todo lo que le hacía falta, aunque algunas cosas de manera imperfecta. Pero lo cierto es que llevó la civilización a su isla. Vivió años de paz y tranquilidad, sintiéndose un rey o un emperador dentro de aquel trozo de tierra incrustado en el enorme océano.
Pero esa paz terminó cuando se dio cuenta de que algunas salvajes que gustosos practicaban el canibalismo hacían paradas en su isla para meterles el diente a sus prisioneros de guerra. En un principio quiso exterminarlos a todos por llevar a cabo práctica tan dantesca, pero gracias a sus lecturas de la Biblia se había vuelto un hombre en extremo reflexivo y comprendió que los salvajes hacían aquello porque formaba parte de su atrasada cultura, y no veían en ello las mismas faltas morales que él.
Aun así, un día en que un prisionero se dio a la fuga para salvar la vida mientras él los observaba, decidió intervenir y ayudarlo. De esa manera obtuvo a su fiel criado e inseparable amigo Viernes. Con Viernes el naufrago vio llegado el final de su soledad. Le enseñó inglés, lo alejó del canibalismo y hasta lo hizo cristiano. Y en poco tiempo el fiel indígena dejó de ser el único acompañante de Crusoe, llegó su padre, el de Viernes, en compañía de un español, y después varios ingleses que tras protagonizar una batalla dentro de la isla le brindaron al “gobernador” de ésta, Crusoe, la posibilidad de volver a su natal Inglaterra.
Las aventuras de Crusoe incluso dentro de la primera novela continúan después de su rescate. Pero son sencillamente de poca relevancia. Lo que ha trascendido y le ha dado fama mundial es su período de veintiocho años en la isla. El hombre civilizado pero solo en una isla inexistente para el mundo es lo que ha atraído a los lectores durante tres siglos, tanto que el nombre de Robinson Crusoe es una especie de sinónimo de naufrago, de soledad y de resignación.

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