miércoles, 26 de marzo de 2014

¿Por qué tardó tanto Edmundo Dantés para vengarse?

El la obra maestra sin lugar a dudas que es El Conde de Montecristo, el joven Edmundo Dantés logra escaparse de la prisión del Castillo de If a la edad 33 años, la edad de Cristo, sustituyendo el cuerpo sin vida de su gran amigo, maestro y futuro mecenas de su venganza, el abate Faria.
Al poco tiempo de escapar, tras enrolarse con unos contrabandistas, Dantés logra hallar el cuantioso tesoro que le heredó el abate, pero extrañamente no inicia su venganza. Lo único que hace, relacionado con su pasado, es ayudar a su gran amigo y antiguo patrón, el señor Morrel, pero de sus enemigos no se ocupa mas que en averiguar lo que ha sido de ellos mientras él estaba encerrado, interrogando al ave de rapiña y antiguo sastre Caderousse, pero allí interrumpe sus acciones.
Dantés se desaparece por diez largos años, ¿qué hizo entonces? Por la personalidad misteriosa que después envuelve al conde de Montecristo, parece ser que vivió en oriente, donde aprendió árabe -idioma que no le había enseñado Faria- y el modo de vida oriental que años después tanto va a ayudarle para deslumbrar a todo Paría.
Si algo resulta extraño, es que Edmundo, joven aún, de 33 años, y dueño de una cuantiosa fortuna, no se sintiera tentado a ir por sus enemigos después de ayudar a su amigo Morrel. Gracias a Faria ya sabía quiénes, cómo y por qué le habían clavado una puñalada por la espalda, era sólo cuestión de que se lo propusiera.
Si espero diez años más para vengarse, en total 23, tomando en cuenta los 13 que estuvo en prisión, se debió sin duda a conveniencias de Dumas. Era necesario engrandecer más al personaje, darle más lustre al conde de Montecristo para que, sencillamente, agradara más al lector. Dumas fue conocido por ser adicto a gastar mucho y más de lo que tenía, así que es de suponerse que planeara sus novelas no sólo para que gustaran, si no para que vendieran mucho y le costearan su tren de vida.
Dantés ya era un joven culto y políglota gracias a Faria, pero Dumas decidió que no era suficiente con eso. Por ello lo envió a oriente, donde su fortuna y su cultura se engrosaron con un modo de vida tan llamativo como exótico. El resultado, o el proyecto de Dumas, fue extraordinario.
Aunque en la novela no se dice, esos diez años en los que el joven vengador se perdió presumiblemente se justifican con su afán de elaborar una venganza extraordinaria, para saborearla lentamente. Por más que resulte extraño que a un hombre al que le destrozaron la vida por los cuatro costados tuviera la paciencia para esperar diez años por su anhelada venganza, cuando ya había esperado trece.

lunes, 24 de marzo de 2014

Robert Langdon

De Robert Langdon no se puede escribir una biografía integra, ya que se trata de un personaje al estilo de Sherlock Holmes o Hércules Poirot, es decir que aún no se sabe el número de novelas, sin vínculo de unas con otras, en que aparecerá. Es algo así como la empresa más lucrativa de Dan Brown y sus editores, por lo que es de esperarse que todavía le saquen el mayor provecho posible.
Lo que se sabe es que saltó a la fama mundial como protagonista de El código Da Vinci, aunque previamente ya había ocupado el mismo puesto en Ángeles y demonios. Es un norteamericano, cuarentón y bien conservado, experto en historia del arte y más aún en los símbolos que están ocultos en las obras, razón por la cual es profesor de iconología y simbología nada menos que en la  Universidad de Harvard.
Otros aspectos que se conocen de él son su claustrofobía y su interés por seguir soltero y libertad que eso le reditúa, aunque no sea precisamente un Don Juan que ande de cama en cama. Sus viajes suelen ponerlo frente a un caso tan misterioso como peligroso en el que sus conocimientos de los símbolos y el arte son imprescindibles para salvar a los buenos y castigar a los malos.
También, junto al peligro, siempre aparece frente a él una mujer hermosa con la que, por lo precipitado de los acontecimientos, no llega muy lejos. Si algo se le puede reconocer a Dan Brown es que vende bien a su personaje sin necesidad de llevarlo a la cama para levantar el interés en sus libros.
Pues así las cosas, del profesor Robert Langdon todavía no se sabe todo. ¿En cuántas novelas más aparecerá? Imposible saberlo puesto que su autor apenas ronda los 50, lo que permite imaginar que probablemente más adelante saltará del arte europeo a descifrar los misterios del arte inca (algo que Dan Brown ya dejó entrever), para luego pasarse a las esculturas aztecas y mayas y quién sabe si se dé una vuelta para echarles un ojo a los moáis de la isla de Pascua.

sábado, 22 de marzo de 2014

Sir Leigh Teabing, de El código Da Vinci

Sir Leigh Teabing es, de alguna forma, el malvado jefe de los villano de El código Da Vinci. Se trata de un inglés aristocrático, afincado en Paría, en una ancestral mansión llamada Château Villette.
Su fortuna le brinda la posibilidad de dedicarle demasiado tiempo a la pasión de vida: la historia de la verdadera condición de Jesús, su calidad de humano, matrimonio y descendencia, en otras palabras: el Santo Grial. Teabing es un refutado historiador, amigo de Robert Langdon, que en su apariencia de anciano tullido oculta su lado perverso.
Haciéndose llamar El Maestro, contacta con el obispo Manuel Aringarosa, líder del Opus Dei, y le ofrece hallar el Grial a cambio de dinero, para que después la Iglesia pueda destruir para siempre el secreto. Aringarosa cae en la trampa, e incluso le brinda a su pupilo más fiel, Silas, para que esté a sus completas órdenes.
Pero los planes de Teabing no son destruir el secreto, sino hacerlo público, algo que ha soñado toda su vida. No duda en abusar de la ingenuidad y el fanatismo de Silas para ordenarle que mate a los guardianes del Grial, previamente habiéndoles arrebatado el secreto de su ubicación. Al mismo tiempo finge ayudar a Sophie Neveu y Robert Langdon, porque sabe que llevan consigo el último secreto revelado por Jacques Saunière, Gran Maestre de los guardianes del Grial y una de las víctimas mortales de Silas.
Teabing juega hábilmente en los dos bandos sabiendo que de uno y otro puede obtener lo que busca. Traiciona a Sophie y a Langdon y luego al propio Silas y a Aringarosa, pero aun así no puede hallar lo que busca y ha anhelado revelar toda su vida. Es atrapado por la policía mientras desvaría sobre su fanatismo por el secreto de Cristo, y después opta por el recurso de fingirse loco con tal de aminorar sus delitos.

viernes, 21 de marzo de 2014

Silas, el albino de El código Da Vinci

Silas es un personaje tenebroso teñido de un romanticismo religioso que en El código Da Vinci hace correr sangre a diestra y siniestra por una larga noche en París. Su nombre real no se da a conocer en la historia, quizás ni él mismo lo recuerda. De niño se vio en la necesidad de matar a su padre para impedir que siguiera maltratando a su madre, lo que lo obligó a convertirse en un vagabundo errante, una especie de bestia mal domesticada y peligrosa.
Sus crímenes de juventud lo llevaron a prisión, en Andorra, pero un terremoto abrió los muros de su celda y pudo escapar. Fue recogido por un sacerdote del Opus Dei, el español Manuel Aringarosa, a quien poco después devuelve el favor salvándolo de uno maleantes. Es Aringarosa quien le da el nombre de Silas en honor a un personaje bíblico.
Años después, cuando el sacerdote ya es obispo y el hombre más poderoso del Opus Dei, un personaje misterioso, que se hace llamar El Maestro, contacta con Aringarosa para ofrecerle la posibilidad de hallar, y destruir, un secreto milenario, el Santo Grial, que no es otra cosa que las pruebas del matrimonio y descendencia de Jesús. Aringarosa, ansioso de lograr que el Opus Dei se reivindique ante el Papa, acepta el ofrecimiento del hombre misterioso, quien le pide un sirviente para que se encargue de buscar el secreto, sin que, durante ese tiempo, contacte con el obispo para que no corran peligro de ser descubiertos.
El hombre elegido es Silas. El Maestro, sabiendo que es un fanático religioso que está a su disposición, le ordena sacar el secreto a los guardines del Santo Grial y después matarlos, actos que Silas hace sin cuestionarse creyéndose un soldado de Dios. En el proceso, incluso se carga una monja, a cargo de la iglesia de  Saint-Sulpice, a donde fue creyendo que allí se hallaba el Santo Grial, por las confesiones obtenidas de sus víctimas antes de matarlas.
Al no encontrar lo que busca, Silas se dedica a perseguir a Sophie Neveu y Robert Langdon, en la mansión de Sir Leigh Teabing. Allí es capturado y llevado a Londres en un avión. En la capital inglesa escapa y vuelve a ser nuevamente un peligro, pero es traicionado y entregado a la policía. En la escaramuza posterior casi mata al propio Aringarosa, accidentalmente, pero también es herido, lo que horas más tarde le provoca la muerte.
Silas es un personaje realmente interesante. Su condición de albino y su personalidad de monje encapuchado hacen buena combinación. Y eso aunado a su fanatismo religioso, que implica darse tormento físico para liberarse de sus pecados, le dan una identidad realmente siniestra y atractiva ante el lector.

jueves, 20 de marzo de 2014

Obispo Manuel Aringarosa, de El código Da Vinci

Manuel Aringarosa no es un personaje de gran importancia en el thriller y superventas más famoso de los últimos tiempos, El código Da Vinci, sin embargo, sí que está ligado enormemente a la polémica que desató el libro como consecuencia de las supuestas revelaciones sobre las prácticas del Opus Dei, algo que golpeó fuertemente el prestigio de la prelatura favorita del Papa Juan Pablo II.
Quizás para hacer referencia al fundador del Opus, Josemaría Escrivá, Dan Brown le dio a Aringarosa un origen español. Siendo un joven sacerdote, en Oviedo, ayudó a un jovencito albino muy maltratado por la vida. Una vez restablecido, el albino le devolvió la ayuda al párroco salvándolo de unos bandidos, situaciones ambas que crearon un laso inquebrantable entre ambos: por parte de Aringarosa en el aspecto paternal-amo y por parte del joven albino en el aspecto de sumisión y servilismo. El sacerdote incluso le pone nombre al joven: Silas.
Una vez que la vida le ha sonreído a Aringarosa, convertido en un obispo y líder del Opus Dei, se ve en el grave problema de que la organización católica que dirige ha dejado de ser del agrado del Pontífice y se encamina a quitarle el rango de prelatura. Aringarosa no sabe qué hacer, de ser el favorito del Papa se ha convertido en una especie de apestado a quien el sucesor de Pedro se niega incluso a dar audiencia.
De pronto recibe una llamada de un personaje misterioso que se hace llamar el Maestro, quien le propone reivindicarse con El Vaticano obteniendo y sellando a la vez para siempre el secreto más importante de la Iglesia: la descendencia legitima de María Magdalena y Jesús.
Aringarosa acepta sin desconfiar del Maestro, y a su vez le proporciona lo que éste necesita: una especie de sicario, un fortachón que no titubea a la hora de obedecer órdenes: Silas, el albino. Pero lo cierto es que Aringarosa ignora que a su pupilo le vayan a ordenar actuar con los cuidadores del secreto, los miembros del Priorato de Sion, como un matarife de rastro.
El Maestro le ordena a Silas localizar y liquidar sin miramientos a las cabezas de la mentada orden, algo que el albino hace gustoso porque cree estar actuando en nombre de Dios. Cuando el obispo se entera de lo que está ocurriendo, descubre que ha sido manipulado vilmente y que a su pupilo lo han puesto a disparar a diestra y siniestra por una causa oculta y para nada afín a los intereses de la Iglesia. Intenta detener a Silar y solo consigue salir herido de muerte. Y auque se salva de milagro, comprende que no sólo no ha conseguido ganarse las simpatías del Vaticano, sino que indirectamente, por una larga noche, fue el líder de un asesino fanático que descargó su ira contra varios inocentes.
Manuel Aringarosa encarna el prototipo de jerarca católico, intransigente y vanidoso que no mide las consecuencias de sus ambiciones y que puede darse el lujo de cometer ciertas faltas sin repercusiones morales por estar actuando “del lado de Dios”. 

miércoles, 19 de marzo de 2014

Bezu Fache, de El código Da Vinci

Bezu Fache es un personaje que dentro de El código Da Vinci despierta mucho el interés. Es descrito como un gigante fortachón, malencarado y estricto con sus subordinados, quienes le apodan el toro. De su familia e intereses no se sabe nada, sólo su oficio. Es el capitán de la policía judicial en París y se encarga de la investigación por el crimen del conservador del Louvre,  Jacques Saunière. Debido al mensaje que escribió Saunière antes de morir, “P. S., busca a Robert Langdon”, Fache cree que el profesor yanqui es el asesino y le prepara un teatro en el Louvre junto al cadáver para hacer que incrimine solo.
Sophie Neveu, la nieta del conservador asesinado, se presenta en el museo con una coartada para sacar de allí a Langdon y arrancharlo de las garras de Fache. Furioso, y ya con la certeza de que Langdon es el asesino, el capitán da inicio a una persecución que siempre lo lleva apenas un paso atrás de los fugitivos, aumentando su rabia cada que no les puede poner la mano encima.
Pero horas más tarde Fache descubre la verdad: Langdon no mató a nadie, sino que se trata de una conspiración planeada por un personaje muy tenebroso que opera desde las sombras y que manipula a un monje fanático para que cometa los crímenes por él. Fache, al final de libro, ayuda al arresto de los malos, pero también se da cuenta de su gran error, el mismo que puso en peligro su prestigio y su muy bien labrada carrera.
Cuando se anunció que Jean Reno sería quien encarnaría al furioso policía me dio gusto. Reno es uno de mis actores favoritos y el personaje de Fache me agradaba, pero cuando vi la película simplemente no me gustó, me pareció que la actuación de Reno fue pobre y floja. Para nada cumplió mis amplias expectativas. Aquí se revela un dato que en el libro no aparece, según recuerdo, que Fache es miembro del Opus Dei y que esa faceta suya tiene una gran repercusión mientras trata de capturar a Langdon. Supongo que la intención fue la de enriquecer un poco el contexto emocional del personaje. Pero de mucho no sirvió.

martes, 18 de marzo de 2014

Sophie Neveu, de El código Da Vinci

Hace ya muchos años que leí El código Da Vinci, cuando era el superventas que todo el mundo quería leer. A mí me lo recomendó un profesor, cuando acababa de desembarcar en la universidad. El personaje que más me gustó fue precisamente Sophie Neveu. Sin duda  Dan Brown supo dotarla de cualidades que, pese a lo inverosímil de la historia, eran capaces de atraer la atención del lector.
Sophie es descrita como una joven guapa, alta, pelirroja, de 32 años, valiente y decidida, aunque algo solitaria y melancólica. Es, de oficio, criptógrafa y trabaja para la policía francesa. De niña vivió con su abuelo, un intelectual llamado Jacques Saunière que le daba el tratamiento de princesa por razones muy serias. Cuando se hizo un poco mayor, una visita que hizo a Saunière a su casa de campo truncó la relación abuelo-nieta, ya que lo vio practicando un rito sexual para un selecto público.
Años después, ya totalmente distanciada de Saunière, una noche se entera de que ha sido asesinado de una forma bastante anormal en  el interior del Museo del Louvre. Pero su abuelo dejó un mensaje para ella. Unas letras que decían “P. S, busca a Robert Langdon” le indicaron que debía reunirse con el famoso profesor y experto en simbología norteamericano para que le revelara algo importante.
El problema fue que ese mismo mensaje a la policía, al mando de Bezu Fache, le dio a entender que el asesino de Saunière era Langdon. Sophie se presenta en el Louvre pretextando que en su oficina ya han descifrado una secuencia de números que también había dejado su abuelo, pero en realidad todo es una excusa para hacerle saber a Langdon que es investigado como el probable asesino y que tiene que escapar inmediatamente. Con ella.
La huida resulta ser, al cabo de unas horas, un viaje a la historia a lo largo de dos milenios, en busca nada menos que de los descendientes del hijo de Dios. Langdon alerta a Sophie sobre un secreto importante que guardaba su abuelo, secreto que la iglesia católica busca sellar eternamente y que ésa es la razón del asesinato de Saunière.
Los prófugos se refugian en la mansión de  Sir Leigh Teabing, un caballero inglés afincado en París que está terriblemente obsesionado con encontrar la verdad sobre el papel de María Magdalena en la vida de Jesús y sobre la posible descendencia entre amos. Teabing es un fanático al que no le importa matar con tal de hacerse con el secreto, pero usa su reputación de caballero y afamado historiador para ganar la confianza de quienes lo rodean, incluido el propio Langdon.
Tras una noche tormentosa en la que sus vidas corren peligro a cada instante, Sophie y Langdon dan con la verdad no sólo sobre el paradero de los restos de María Magdalena, sino con la identidad de los descendientes de la milenaria pareja. Entonces Sophie descubre que cuando su abuelo la llamaba “princesa” le concedía su rango como la descendiente del Rey de Reyes.

martes, 11 de marzo de 2014

Barón Danglars, de El conde Montecristo

Danglars es un personaje de gran relevancia en la más extraordinaria novela de Alexandre Dumas, es la representación del villano sin escrúpulos ni refinamiento, cuyo único fin es enriquecerse y cobrar con ello gran influencia.
De joven fue marinero en el barco el Faraón, junto al más joven y más ingenuo pero más inteligente Edmundo Dantés, a quien desprecia y envidia, pero al mismo tiempo se finge su amigo. Al ser Dantés nombrado capitán del barco, puesto que Danglars ambicionaba, su odio hacia el joven aumenta. Ambos estuvieron en el último viaje del Faraón en la isla de Elba, prisión de Napoleón Bonaparte después de su primera abdicación. Dantés lleva a Marsella, en lugar de su capitán muerto, una carta de un bonapartista, justo en la época en que tal hecho constituía una traición al rey Luis XVIII. Danglars, que conoce el secreto, se confabula con Fernando Mondejo, primo y enamorado de la novia de Dantés, Mercedes, para acusarlo de bonapartista y traidor.
Ambos escriben una carta con la acusación y la envían al procurador del rey, suceso que provoca el arresto de Dantés el día de su boda y su posterior encarcelamiento durante trece años. Mientras Dantés se muere de desesperación en su celda y se nutre de la gran cultura del abate de Faria, Danglars progresa con extraordinaria rapidez. Se muda a París, se vuelve banquero y experto en incrementar su capital, e incluso por un servicio al rey es hecho noble con el titulo de barón.
Cuando ya Danglars es uno de los hombres más poderosos de París, con una gran fortuna aunque también con personalidad de nuevo rico, nada cultivado ni refinado, con un pésimo gusto, que compra obras de arte falsas que considera autenticas (este hecho se acentúa incluso en la película de 1975, protagonizada por Richard Chamberlain, cuando Montecristo, con apenas una mirada, le revela que su busto de Imhotep es una falsificación muy buena) llega a la ciudad un personaje misterioso, tan rico que impresiona al banquero, quien se precia de conocer las mayores fortunas del mundo, pero ignora por completo la del recién llegado.
Danglars no desconfía en absoluto de ese multimillonario que trae consigo cartas de crédito ilimitado para retirar de su banco cuánto desee. Sabe que quizás puede obtener beneficios de un hombre tan rico y eso para él es lo importante. Además, ese tal Montecristo, que al parecer procede de oriente, es un personaje exótico que todo lo compra y que impresiona a la alta sociedad parisina con su gran poder y sus modales y gustos refinados, razón por la cual se convierte en el hombre de moda en París, y a la vez vuelve una moda para la aristocracia tener buena relación con él.
No hay motivo para desconfiar de ese oriental, es un hombre al que sencillamente le sobra el dinero, por lo que no tiene reparo alguno en gastarlo a manos llenas, y Danglars está dispuesto y presto para poner la charola y atrapar algo del derrame. No recuerda ya para entonces a su antiguo “amigo”, aquél joven inteligente pero inculto, a quien mandó a pudrirse a una prisión. Y como su menta sólo está concentrada en ganar dinero, a Danglars le es imposible siquiera fantasear con que Dantés esté vivo, dispuesto a vengarse y que sea un hombre poderoso.
Pero de pronto empiezan a ocurrirle cosas catastróficas e inexplicables: su fortuna se esfuma de la noche a la mañana, junto con su reputación, y el acaudalado príncipe italiano, con quien pensaba casar a su hija para recuperar crédito, resulta ser un delincuente. Pero todo lo atribuye a una mala pasad del destino, y hasta muy tarde descubre que ha sido víctima de una extraordinaria venganza, planeada y anhelada durante casi veinticinco años.

sábado, 8 de marzo de 2014

El héroe guapo y joven, una moda de Hollywood

En la actualidad estamos acostumbrados a que los héroes por fuerzas tienen que apegarse al prototipo de belleza aceptado universalmente que viene desde la mismísima antigua Grecia, ese que indica que el héroe debe de ser si no alto de estatura aceptable, rostro hermoso, cabello si no rubio al menos rizado o largo, corpulento, sin caer en los excesos, algo así como El David, y, ya entrados en exigencias actuales, poseer un pene portentoso para si la ocasión lo requiere.
Las artes plásticas así habían concebido al héroe por muchos siglos, no obstante, la literatura no, al menos no hasta hace algunas décadas. Me puse a pensar en ello cuando escribí hace unos días la biografía de Quasimodo, un héroe romántico que no encajaría en los estándares actuales ni con influencias. Pero repasando la literatura de otros siglos, nos damos cuenta que entonces no era imprescindible ser guapo para ser héroe, algo, desde luego, muy lógico.
Si pensamos en Edmundo Dantés, el vengador conde de Montecristo, los años en prisión lo hacen adquirir una palidez vampírica que espanta a las mujeres una vez que es un acaudalado, sabio y políglota aristócrata. Drácula, que no es héroe pero sí protagonista, es feo hasta decir basta, y su antagonista, Van Helsing, es viejo. Heathcliff, el de Cumbres Borrascosas, es un hombre corpulento, alto, pero no encaja en los estándares de guapo de la época, es decir, no es rubio de ojos azules, sino moreno, quizás con algún rasgo hindúe o achinado. Y ni qué decir de Alonso Quijano, una cómica y flacucha figura que hace con su físico sarcasmo del heroísmo que pretende desarrollar.
Y así podemos repasar a muchos héroes literarios del pasado, inmortales ya, pero no guapos. No obstante, si repasamos a los héroes que nacen en estos tiempos, encontramos que casi por una extraña lógica todos son, cuando menos, irresistibles, algunos hasta el hartazgo. Edward Cullen posee una belleza y perfección física que empalaga y hasta fastidia a media novela. Albram Dorogant, el príncipe de la soledad, es demasiado alto, y sugeridamente tan guapo como misterioso, algo conveniente porque cumple con los estándares actuales pero que tampoco empalaga porque no se menciona tan a menudo en la novela sino que simplemente se da a entender. El príncipe Po, de Graceling, es un hombre corpulento y muy guapo, no tanto para hastiar al lector pero sí lo indispensable en una novela de corte juvenil romántico rayando en lo aburrido.
Pero, regresando al principio, ¿a qué se debe esa mutación del héroe de feo, simplón y hasta deforme (volvemos con Quasimodo) en arrebatadoramente guapo de unas décadas para acá? Ni duda cabe de que se lo debemos a Hollywood. La industria del cine ha creado un prototipo de héroe, incluso guapizando a personajes literarios feos (Drácula), al que se han tenido que adaptar los escritores de estos tiempos para que sus protagonistas gusten. Los héroes de hoy sencillamente tienen que ser guapos para gustar, si no mucho al menos un poco, de lo contrario aun siendo parte de una obra maestra, no hallarán cabida en el gusto de la mayoría del público.

viernes, 7 de marzo de 2014

Esmeralda, la gitana de Nuestra Señora

Esmeralda es uno de los símbolos sexuales romanticistas más emblemáticos de la literatura del siglo XIX. Posee una belleza inigualable y exótica para la época debido a su piel morena, a la par de una gracia extraordinaria, que encanta a quien la ve. No es una gitana por nacimiento, sino hija de una ex prostituta que la adora como las buenas madres aman a sus hijos, mas es robada en su más tierna infancia por unas gitanas que, en compensación, dejan a un niño tan feo como bella es Esmeralda, y que años después cobrará fama como campanero de la iglesia de Nuestra de Señora de París.
Ya siendo una hermosa jovencita que deja boquiabierto a todo aquel que contempla su deslumbrante figura, la gitana vive en la capital francesa, formando parte de las ratas de alcantarilla que componen la famosa y tétrica Corte de los Milagros, como una especie de flor en el fango. La joven baila y canta en las plazas para ganarse la vida, donde nadie es ajeno a su hermosura, ni siquiera el oscuro sacerdote Claudio Frollo.
Frollo se calienta de manera incurable con la visión de la gitana, y por más que lucha contra las ganas que lo devoran, no logra controlarse y se decide a ir por ella. Una noche intenta raptarla ayudado por su hijo adoptivo, Quasimodo, pero son interceptados por el capitán Febo y mientras don Claudio apenas logra escapar, el jorobado cae en manos de la justicia, que lo castiga con rigor.
Pero Frollo no se deja amedrentar por ese tropiezo, su obsesión por la gitana es tanta que está dispuesto a lo que sea con tal de hacerla suya o a verla muerta antes que con otro. Y ese otro es el capitán Febo, quien, pese a ser un rufián de lo peor, es guapo y quedó como un héroe ante Esmeralda al salvarla. Ella se enamora perdidamente de él, lo que el capitán aprovecha para practicar su deporte favorito, que consiste en hacer caer prendas femeninas. Pero Frollo se interpone en su camino y casi lo mata, además de que aprovecha la ocasión para acusar a la gitana del atentado y lograr que sea arrestada y juzgada.
Cuando Esmeralda es sentenciada a muerte, el oscuro sacerdote se presenta ante ella y le ofrece su libertad a cambio de amarlo a él. Pero la gitana prefiere morir al igual que su amado Febo, a quien cree ya en la tumba. Frollo enfurece y deja que las autoridades cumplan sus designios con la que creen una hechicera y asesina. Pero un héroe la salva de morir y no es un guapo capitán de caballería, sino el feo y deforme Quasimodo, en agradecimiento a que Esmeralda le dio agua cuando era azotado como castigo por haber intentado raptarla precisamente a ella.
Quasimodo asila a la gitana en la iglesia de Nuestra Señora, donde las autoridades no pueden tocarla por ser terreno del Altísimo. Pero también allí está don Claudio, quien una noche no puede soportar la calentura que Esmeralda le provoca y a punto está de saciar sus deseos de no ser por la presencia del jorobado.
El sacerdote planea cómo volver a poner a la gitana entre la espada y la pared para que ésta elija la espada, la suya. Se confabula con Pedro Gringoire, un filósofo mediocre que por azares del destino llegó a ser nada menos que el esposo de Esmeralda, aunque sólo en apariencia. Gringoire echa contra Nuestra Señora a toda la pandilla de hampones de la corte de los milagros, pero Quasimodo, creyendo que son las autoridades que van por ella, impide que se la lleven y mata a tantos que hace parecer que la iglesia está defendida por un ejército.
Frollo aprovecha la confusión para, en compañía de Gringoire, sacar a la gitana de la iglesia y llevarla a un lugar solitario donde le repite la propuesta anterior: él o la muerte. Al obtener una segunda negativa, el sacerdote la encarga a una loca prisionera que odia a los gitanos porque le robaron a su hija, mientras va por las autoridades para delatarla. La loca y la gitana resultan ser madre e hija, separadas hace tres lustros, pero poco les dura la alegría porque pronto llegan los soldados del rey para cumplir con las leyes.
La madre de Esmeralda, que de loca no tiene nada, logra fingir hábilmente y hace que los verdugos realmente crean que su hija no está allí con ella, pero Esmeralda, por aquello que dicen que el amor vuelve idiotas a las personas, al oír la voz de su amado Febo, que forma parte de sus perseguidores, sale de su escondite y sella con eso su destino, el de su madre, el de Frollo y hasta el del propio Quasimodo.

domingo, 2 de marzo de 2014

Pedro Gringoire, de Nuestra Señora de París

En Nuestra Señora de París, la segunda obra más famosa de Victor Hugo, después de Los Miserables, Pedro Gringoire es un filósofo flacucho, distraído, algo gris y mediocre que pese a ello tiene un revelante papel en la historia.
Al principio de la novela Gringoire está a punto de empezar a brillar con luz propia, ha escrito un drama que será representado en un importante evento en París, pero el griterío del vulgo, más afín a los desmanes que al arte, lo echa todo a perder y el escritor, sin un centavo encina ni un techo dónde pasar la noche, se pone a vagabundear por ese París medieval.
En su caminata conoce a la deslumbrante y hermosa gitana Esmeralda, quien gracias a sus tentadores bailes consigue con que llevarse el pan a la boca. Allí, donde los calenturientos parisienses se ponen a admirar a la hermosa gitana, Gringoire también descubre a su antiguo maestro y por quien siente un gran respeto: el sacerdote Claudio Frollo.
Sin nada más que hacer en la miserable noche, Gringoire se pone a seguir a la gitana, sólo para presenciar poco después que a ésta intentan secuestrarla Quasimodo y otro hombre misterioso. Sacando valor de su flacura, trata de defenderla, pero el jorobado lo pone pronto fuera de combate como si le diera un manotazo a una araña. Poco después llega el capital Febo con su caballería, quien sí puede someter a Quasimodo, provocando que la gitana lo vea como a un héroe y se enamore de él.
Gringoire continúa con su caminata nocturna, pero sus descuidos lo llevan a la famosa Corte de los Milagros, un nido de mal vivientes a los que pertenece la gitana que en cuanto lo ven deciden burlarse de él primero y después ahorcarlo. Gracias a que Esmeralda le guarda un poco de agradecimiento por haber tratado sin éxito de salvarla, decide hacer lo mismo por él de la única forma posible: desposándolo. Como esposo de la gitana Gringoire pasa a ser un miembro más de los hampones que causan terror en la Corte de los Milagros.
Al principio piensa que podrá hacer con la hermosa morena lo habitual en cualquier pareja, pero ésta le deja claro que nunca habrá nada entre ellos y que sólo se casó con él para evitar que lo ahorcaran. Gringoire no se inmuta por mucho tiempo. Es a fin de cuentas un filósofo y eso lo hace ir de una atracción a otra, así que su mente pasa del cuerpo de la gitana a la arquitectura, a la poesía o a la pintura muy rápidamente.
Cuando Esmeralda es apresada por supuestamente haber tratado de matar al capitán Febo, Gringoire trata de salvar a su esposa. Por sus posibilidades y capacidades son muy pocas. Pero como ignora las verdaderas intenciones de su maestro Claudio Frollo, es fácilmente manipulado por éste con la intención de llevarse a la gitana de la iglesia de Nuestra Señora antes de que las autoridades vayan por ella para ahorcarla.
Gringoire se une a los hampones que sitian la iglesia con la intención de saquear sus riquezas y luego, si se puede, salvar a Esmeralda. Eso al filósofo lo lleva a la presencia del mismísimo rey Luis XI, y, fiel a su costumbre de impedir que lo ahorquen en el último instante, también gracias a su palabrerío se salva de la cólera del soberano.
Después ayuda a Frollo a sacar a la gitana de Nuestra Señora, pero fiel también a su costumbre de quitar relevancia a lo importante se concentra en salvar únicamente a la cabrita que sirve de mascota a Esmeralda y deja a su “esposa” en manos del villano sin sospechar lo que éste se propone. Es la última vez que se le puede ver en la historia, aunque según apunta Hugo continuó su vida de intelectual distraído, pero no con toda la suerte que hubiera deseado para sí.